sábado, 3 de marzo de 2012

Recuerdos

Hombre mirando el mar

La ciudad se cubrió de nubes grises presagiando tormenta; me encontraba caminando sin rumbo fijo por esas calles de Dios, sumido en mis pensamientos, preguntándome el porqué ella se había enamorado de otro hombre si yo le había prodigado todo: cariño, ternura, comprensión, compañía... amor.

Sentía el alma marchita, el corazón destrozado, mi orgullo pisoteado y unas inmensas ganas de llorar que me estaban quemando el alma y me estaban ahogando sin misericordia.

El llanto no tardó en aparecer; primero en dos tímidas lágrimas escurriendo por mis mejillas; era un llanto tenue, tranquilo, límpido y sereno aunque después de un rato, se convirtió en un llanto amargo, rabioso, furioso.

Llovía, pareciera como si el cielo se hiciera partícipe de mi dolor, de mi desgracia y desesperación; llovía... las gotas resbalaban por mi rostro confundiéndose con mis lágrimas; lágrimas de ira, lágrimas de impotencia, lágrimas de coraje, lágrimas de amor, lágrimas por un cariño perdido, lágrimas por lo que pudo ser y no fue.

La gente corría de un lado a otro buscando refugio; en el apogeo de mi dolor no le di mucha importancia a mi empapado cuerpo, a mis ropas mojadas y a mi desencajado rostro desfigurado por mi llanto.

De pronto, a lo lejos me pareció distinguir a una figura conocida que se cubría con un paraguas, me vio y se dirigió hacia mí, ¡era ella!, se puso frente a mí y abrazándome lloró conmigo, acercando su boquita a mi oído, me dijo con la voz quebrada por el llanto:

— ¿Porqué te empeñas en tenerme a tu lado?, sabes que hace mucho tiempo que lo nuestro no funciona, eres un buen hombre, no quiero verte sufrir por mi causa, te quiero mucho, pero ya no te amo, no sufras por mí, yo solo puedo ser tu amiga, ya no hagas más difícil esto, ya no me hagas sufrir...—

Y desapareció empapada por la lluvia y ...por su llanto.

No supe como llegue a  casa, solo sé que desperté; hacía un sol radiante, todo volvía a la vida y comprendí la maravillosa lección que Dios padre, en su infinita misericordia, había grabado con el fuego de mi sufrimiento y mi dolor, en mi atribulada alma: comprendí que a nadie se le puede atar de por vida, que no puedo obligar a nadie a continuar conmigo, que mi egoísmo por ser feliz, estaba haciendo infeliz a la persona que amo;  que si de verdad la amo, debería renunciar a ella y dejarla en libertad para que busque su felicidad.

Rápidamente me alisté y fui a su encuentro, ella estaba triste por lo sucedido la noche anterior; al verme, se sonrió.

—Solo vengo a desearte que seas muy feliz, en mí siempre tendrás a un amigo.—  le dije, y dándole un beso en la mejilla, me marché.

Estaba triste pero bien conmigo mismo por haber superado mi egoísmo; la mañana seguía su curso, la vida seguía su ritmo y sin volver la vista me perdí entre la muchedumbre. Estaba volviendo a nacer.

Continuará

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